Hay encuentros que te cambian la vida para siempre y para mi fue a los 14 años cuando las monjas me llevaron al teatro Romea a ver "El diario de Ana Frank".
Allí, en la oscuridad lloré, reí, me asombre, aplaudí y casi deje de respirar.
Cuando termino, -tuvimos que esperar un buen rato el autobús de vuelta-, se produjo el segundo encuentro; la salida de Ana, de Otto, de todos "los actores", vestidos de personas, hablando entre ellos.
Ya no había magia alguna, eran como yo, pero en sus voces, en sus miradas, yo veía las sombras de otras vidas.
Supe en ese momento que sería actriz, que elegiría el teatro como forma de vida, porque quería revolucionar el mundo, según yo para bien, emocionando, haciendo que el público pensara, sintiera.
Muchos años y muchos cambios han pasado desde entonces y últimamente recuerdo mucho la inocencia y las esperanzas de mi juventud, ahora que casi todo alrededor me parece una gran mentira, de la cual yo también me siento responsable. Y sigo adelante convencida que, desde "arriba", desde el escenario, se puede cambiar de a poquito a mejor. Y sigo en esto, a trompicones, pero sigo y me siento muy afortunada, pues he tenido muchas vidas en el escenario, en la tele, en el cine y llevo ya, -sin haberlo elegido-, unos cuanto años, al otro lado de la cámara viendo lo que mas me gusta: actores.
Aquí, desde esta página quisiera compartir con vosotros la suerte de ser de este oficio y la mejor forma que se me ocurre es con un texto de una maravillosa función que hice: BRONTË
A veces el futuro me aterra.
Si estuviera en mis manos, pediría una época dulce,
una época apacible.
Lo ordeno.